Hace apenas un siglo y medio en ninguna ciudad del mundo circulaba un solo automóvil; tampoco había máquinas de escribir, ni existían la anestesia ni las aspirinas; no había teléfonos, ni fotocopiadoras, ni detergentes, ni luz eléctrica y tampoco se sabía lo que era un plástico o las cremalleras de ...
Autores :LLONCH MOLINA, NAYRA / SANTACANA I MESTRE, JOAN
Número de páginas :144
Colección :MANUALES DE MUSEÍSTICA, PATRIMONIO Y TURISMO CULTURAL
NumeroColeccion :10
Hace apenas un siglo y medio en ninguna ciudad del mundo circulaba un solo automóvil; tampoco había máquinas de escribir, ni existían la anestesia ni las aspirinas; no había teléfonos, ni fotocopiadoras, ni detergentes, ni luz eléctrica y tampoco se sabía lo que era un plástico o las cremalleras de la ropa. Todos estos objetos que hoy parecen imprescindibles los europeos de mitad del siglo XIX ni tan siquiera imaginaban que pudieran existir algún día. De todos ellos son quizá los automóviles los que han llamado más la atención; tal vez por esta razón han surgido en el mundo más coleccionistas de automóviles que de bombillas eléctricas o de cepillos de dientes. Ciertamente, hay museos de tecnología en los que se pueden contemplar grandes colecciones de radios, fonógrafos, neveras, cepillos de dientes y envases de plástico. Pero el coleccionismo de automóviles está mucho más extendido; hay muchas más personas que se enamoran de los automóviles que tuvieron en su juventud que personas que se dejan seducir por su primer cepillo de dientes. Algo similar ocurre con las motos. Así, pues, ¿qué es lo que fascina de los automóviles? ¿Qué impulsa a tanta gente a mantener un culto hacia ellos? De la misma forma que el caballo se convertía en símbolo de estatus social, el coche cumplió esta función. Cabe preguntarnos si fue por eso por lo que han surgido tantas colecciones privadas y públicas de automóviles. Y sin embargo, el automóvil es un bien frágil. Si a finales del siglo xx había en el mundo unos seiscientos millones de vehículos, se calcula que en el primer tercio del presente siglo habrá mil doscientos millones. Estos vehículos, como es lógico, tienen una vida media variable y al final la inmensa mayoría son destruidos. En realidad, no sería exagerado decir que la Tierra es un enorme cementerio de coches. De todos ellos, tan solo un porcentaje muy bajo se conserva en la actualidad; se calcula que no más de 1.500.000 coches antiguos se han conservado hasta el presente. Este manual trata de este patrimonio, convertido hoy en un auténtico museo rodante.
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