El protagonista de la primera y la tercera parte de la novela, un multimillonario norteamericano retirado, decide emplear gran parte de su fortuna en volver a los territorios que hace mucho tiempo abandonó para empaparse de pragmatismo y poderse mover con soltura en el mundo de los negocios inmobiliarios. Esos territorios son los de la juventud, los de los sueños y anhelos, los de las emociones. Pacta con altas autoridades civiles y militares de su país para conseguir datos satelitales, contrata una gran expedición, que puede permitirse duplicada, integrada por ingenieros, geólogos, topógrafos, arqueólogos, paleontólogos, médicos, enfermeros, conductores, mecánicos, cocineros… además de varias máquinas pesadas y ligeras de movimientos de tierras, y se encamina con ella al corazón de China guiado por el párrafo de un clásico de la literatura de ese país que de joven leyó una noche que había tomado LSD. A los tres meses de excavar en un monte sin resultados positivos, sin esperar siquiera a agotar el plazo concedido por las autoridades chinas, la expedición emprende la vuelta a casa; pero, de manera casual, mientras se intenta despejar el camino de los desprendimientos de tierras ocasionados por una tormenta, el propio protagonista descubre un pequeño y extraño objeto. Entonces comienza la segunda parte de la novela, donde los sueños y las emociones siguen siendo los verdaderos protagonistas.