Pensar y desarrollar la «contrapolítica» es tener en cuenta la enorme capacidad de influir en nuestras vidas de la política, su inmenso poder de construcción y, también, su terrible capacidad de destrucción. Para seguir, mal que bien, aguantándonos unos a otros sin que prevalezca demasiado el uso de una violencia excesiva, precisamos de una política que sea, eso sí, sensata; pero, al mismo tiempo hay que contenerla y acotarla, manteniéndola recluida en su espacio específico, impidiendo que nos invada, que se apodere tanto de lo social como de lo individual. En el ámbito de lo público y en el de lo privado debemos tener la oportunidad de permanecer, aunque sea circunstancialmente, a resguardo de la política, protegidos de aquellos componentes que inexorablemente la acompañan: la intoxicación ideológica; el odio hacia el otro -identificado como adversario- y la justificación moral de dicho resentimiento. Aristóteles nos permitió reconocernos como animales políticos, pero también somos animales metafísicos, con alma, y científicos, con raciocinio. Por eso tenemos la posibilidad de razonar científicamente o de vivir experiencias como las que nos ofrece el arte, dando el contrapunto necesario a la falsa conciencia política. Ambas prácticas, la científica y la poética, conllevan una toma de conciencia de la verdad; un estar del lado de la verdadera conciencia, es decir en el campo de lo contrapolítico.
