• SILENCIOS ESCOGIDOS

    MATEOS, JOSE COMARES Ref. 9788490451120 Ver otros productos de la misma colección Ver otros productos del mismo autor
    Escribir aforismos –o escribir divinanzas, como a mí me gusta llamar a estos míos– presupone tener en muy alta estima las condiciones de quien nos va a leer, lo que no deja de ser un signo de cortesía y –quién lo diría en estos tiempos– de optimismo.Todo aforismo pretende ser más que un alimento, un...
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  • Descripción

    • ISBN / EAN : 978-84-9045-112-0
    • Encuadernación : RÚSTICA
    • Fecha de edición : 13/01/2014
    • Año de edicion : 0
    • Idioma : CASTELLÀ
    • Autores : MATEOS, JOSE
    • Número de páginas : 0
    • Colección : LA VELETA - PROSA
    Escribir aforismos –o escribir divinanzas, como a mí me gusta llamar a estos míos– presupone tener en muy alta estima las condiciones de quien nos va a leer, lo que no deja de ser un signo de cortesía y –quién lo diría en estos tiempos– de optimismo.
    Todo aforismo pretende ser más que un alimento, un excitante; más que una cosmovisión, una cierta mirada y, porque le exige al que lee la iniciativa de remontar el curso de una conclusión y una mayor capacidad para concentrarse de la que se requiere para una obra compuesta, todo aforismo es... más de lo que es.
    El aforista suele ser alguien que ha sobrevivido a muchos sistemas y a muchos libros y que regresa, si no desnudo, sí con unos pocos andrajos y jirones, casi descalzo, con el convencimiento de que ya no puede cargar más que con lo necesario.
    El aforista se sabe y se quiere vulnerable, porque en el fondo sospecha que nuestras verdades supremas carecen de lógica y que nuestras certezas más arraigadas son las más arraigadas y fructíferas porque también son las más indefensas ante los argumentos racionales.
    El aforista, que suele ser alguien pudoroso y recatado, escribe así, tan ceñido a los latidos de su corazón, porque así es como únicamente sus frases se hacen «lo bastante transparentes para revelar su secreto a los que lo aman y lo bastante opacas para disimularlo ante los demás».
    El aforista es siempre un empedernido buceador de profundidades y nadie mejor que él sabe que lo visible es sólo un fragmento de lo invisible.
    El aforista, cuando lo es de verdad, prefiere prender a sorprender, iluminar a deslumbrar, mostrar a demostrar.
    El aforista desconfía, sobre todo, de las palabras, porque sospecha que, a poco que las palabras se juntan, llevan a quien las usa a la preocupación por el estilo.
    El aforista, en fin, aspira a desaparecer.

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