Un hombre descubre que su cuñado es un asesino convicto al recibir un paquete con una naranja. En Ledesma, los grandes deseos tienen una categoría más real que la realidad, y por eso la memoria se guarda cosas que no son suyas. Una aspirante a estrella del porno comienza a comprender el infinito uni...
Un hombre descubre que su cuñado es un asesino convicto al recibir un paquete con una naranja. En Ledesma, los grandes deseos tienen una categoría más real que la realidad, y por eso la memoria se guarda cosas que no son suyas. Una aspirante a estrella del porno comienza a comprender el infinito universo que contiene una sola palabra. El piloto Henry Isaac Godmann Jr., de 16 años, quiere ser el pájaro que se comerá la manzana y luego cagará sus pepitas en la boca de Hitler. Alguien lee a Hemingway en el interior de una mina, y eso fue verdad. Cuatro desconocidos atrapados en un aeropuerto deciden que la risa nos separa de las bestias. Dios es un diyei y la vida es la pista de baile de una boda en el Copacabana. El capitán Dagmar Keller piensa que es increíble que a veinte grados bajo cero la sangre se mantenga hirviendo dentro de los cuerpos y se pregunta quiénes somos para asesinar este milagro.
Todo sucede dos veces. Primero el relámpago, y después el trueno. Solo la muerte ocurre una vez. Javier Pillastre busca en estos cuentos la épica de lo cotidiano (y de lo no cotidiano también), dejándose arrastrar por unos personajes que necesitan tanto el metal de la espada como el de la cuchara para sobrevivir, y con una narrativa de precisión que nos recuerda a un código secreto a punto de ser revelado. En estos once relatos nada se puede prever, la belleza y el dolor se encuentran en lugares poco transitados, y lo complejo resulta asombrosamente sencillo. Los cuentos de Pillastre hieren de manera misteriosa.
La ecuanimidad en la mirada de Tolstoi, la acidez mordaz del Bardamu de Céline en Viaje al final de la noche, la erudita ingenuidad de los relatos de Borges, la irreverente oralidad del protagonista de El guardián entre el centeno, el trasfondo desconcertante de los cuentos de Carver, la retranca luminosa de los poemas de Ángel González son algo que toda la humanidad lleva dentro y algunos escritores tienen la virtud de sacarlo a la luz para que lo reconozcamos. «Leer —dice Pillastre— es un acto de reconocimiento: ese otro, soy yo también».
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