Generalmente, la vida matrimonial, repito que no la institución, vive una situación de angustia, inquietud e inseguridad, falta de inercia e impotencia. Y ello podría ser ante la falta de puntos sólidos de referencia, o a la escasez de formación necesaria de los futuros contrayentes, un desconocimiento de la afectividad, de la ternura, el diálogo, la alegría de convivir. Ello desemboca en un egoísmo a dúo, confiando hallar la felicidad solamente en el disfrute físico y en los bienes materiales. ¿Resultado? Vida en común llena de frustración, tristezas, lamentos, sin capacidad de ilusión, creatividad y lucha. En realidad, la mayoría de los matrimonios, sobre todo los más antiguos, se han formado posiblemente bajo el signo de la ignorancia. ¿Alternativas? Programar las parejas tiempos de silencio, de reposo, de diálogo sereno. Desgraciadamente aún existen matrimonios celebrados por cálculos, por egoísmo, por interés. Muy pocos por amor, los hay, pero muy pocos.