Ocho capítulos, ocho historias diferentes, pero un momento común donde confluyen. Este momento es la visualización en la filmoteca de la ciudad de Gilda, un complejo melodrama que aborda turbias relaciones.
Como si de un filme se tratara, El arte de observar en el cine nos acerca a vidas que cobran sentido, vidas donde serpentea la ansiedad y la depresión con toda facilidad, vidas donde un diario se convierte en amigo y confidente; todas ellas historias que se encuentran, donde el amor puede tener cualquier dirección y más de dos caras.
Una «novia» que vive en una relación de dependencia, la confrontación con la maternidad, la admiración y el amor puro al referente de un niño, un padre y una hija que no saben de su existencia y el dolor de una mujer maltratada. Todo ello en una obra donde nos introducimos en una sala de cine antiguo, en silencio, a oscuras, con olor a cuero, asientos rojos, cortinas de terciopelo para impedir la entrada de la luz exterior; no hay demasiada gente, pero sí grandes historias que contar.
Comienza la película…
El trascendental descubrimiento de Germán Miller, profesor de historia de las religiones, y de Ernest Braum, criptógrafo experto en códigos secretos, pondrá en peligro las vidas de ambos. La Iglesia de Roma no se mantendrá de brazos cruzados ante la publicación del manuscrito, desplegando todo su poder para evitar que la verdad sea conocida por sus millones de fieles.
¿Qué secreto esconde la Iglesia católica sobre su origen que no debe ser descubierto? Bajo esta premisa, El manuscrito secreto nos acerca a través de su narrativa ágil y atrayente a una historia de intriga, misterio y conspiración que llevará al lector o lectora a cuestionarse sus propias creencias.