Haikus, tankas, aforismos, reflexiones, máximas, refranes, proverbios, sentencias, ocurrencias, alegorías, roncerías, sornas, apuntes de diario, koan y visiones deformadas de una realidad que se tergiversa sola.
Simples e inocentes juegos de palabras que no llegan a ser poema, sino un epítome de indirectas, conceptos y apotegmas surgidos de la desfiguración consciente y/o inconsciente de una inconsistente inconsciencia.
Greguerías, poenimos, poemínimos, imprudencias y, por supuesto, epigramas.
Y todos, siguiendo en la línea de mis anteriores poemarios, acodados en el mágico y cada día más infravalorado concepto de mayéutica como el gran Motus animi continuus del proceso creador y de la imprescindible exigencia de interacción y complicidad entre poema, poemista y lector que un libro como este requiere.
Epigrammata vuelve a ser, pues, un inventario de dudas y un atlas de caminos sin destino, un mapa en busca de sus trayectorias y un cuaderno de bitácora que busca sus derrotas