La idea de invencibilidad de Estados Unidos se vio zarandeada por los atentados del 11-S. La burbuja de las puntocom había estallado, Estados Unidos había declarado la guerra a Irak y la ecoansiedad empezaba a generalizarse, prueba de lo cual daban las impresionantes ventas del Toyota Prius.
Y para evadirse, expresarse e incluso establecer relaciones románticas, Estados Unidos se volcó en la tecnología. Los frikis de la informática se convirtieron en los nuevos superhéroes y el iPod y el iPhone se encumbraron como los reyes supremos, tanto en términos comerciales como de creatividad. Las redes sociales iniciaron su ascenso imparable, con MySpace y Facebook alentando a las marcas comerciales a apostar por la interacción con sus clientes. Series de prestigio como Los Soprano, Mad Men y Breaking Bad se apoderaron de la pequeña pantalla, Netflix cambió los DVD por correo por la emisión de contenido en streaming y nació la telerrealidad con sus nuevas estrellas al tiempo que Paris Hilton decretaba: «Es el último grito».
Amazon e eBay amenazaron la centralidad cultural del centro comercial y los famosos, desde Michael Jordan hasta Madonna, prestaron su nombre a whiskies, zapatillas deportivas y perfumes. La salud y el bienestar alimentaron el crecimiento de marcas como Whole Foods y Lululemon, con unos consumidores que valoraban cada vez más las experiencias, la ética y la personalización.
Con diez capítulos que cubren todo el espectro publicitario, desde la alimentación y la moda hasta el entretenimiento, los negocios, los viajes y los automóviles, y con menciones especiales tanto a los mejores como a los peores anuncios, All-American Ads of the 2000s refleja una época en la que la publicidad aún tenía el poder de vender productos y sueños a millones de personas pero también reflejaba a unos Estados Unidos sumidos en una profunda transición.