Tokio, esta ciudad cambiante... Cuanto más la observas, más te percatas de su singularidad. Lafcadio Hearn así lo vio un día de enero de 1895, cuando escribió una carta a Shentaro Nishida en la cual decía: «No hay Japón como Tokio». Cierto, y ahora doblemente, puesto que Tokio se ha extendido tierra...
Tokio, esta ciudad cambiante... Cuanto más la observas, más te percatas de su singularidad. Lafcadio Hearn así lo vio un día de enero de 1895, cuando escribió una carta a Shentaro Nishida en la cual decía: «No hay Japón como Tokio». Cierto, y ahora doblemente, puesto que Tokio se ha extendido tierra adentro. El lenguaje de Tokio ha ahogado a los dialectos, la cocina de Tokio ha expulsado a las especialidades provinciales, la moda de Tokio ha desplazado a los trajes regionales. Si no hay Japón como Tokio, es porque todo es la capital y, en este sentido, ya no hay provincias. Una ciudad, un país, fluyendo. Nos sorprende porque los nuestros aparentemente no lo están, al menos no de un modo tan amplio, apreciable y definido. Cuando observas Tokio te viene a la mente el principio budista shogyo mujo: todo es transitorio, fugaz; no hay nada fijo, todo está en movimiento..., la vida es ilusión. En este sentido, Tokio es una capital budista, un mandala que ilustra el mujo, la pura fugacidad.
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