Han pasado veintiún años desde aquel primer libro que nació tras la muerte de mi padre. He conservado el mismo título, pero el libro no es el que fue por entonces: la vida es otra, yo soy otra y el mundo es otro. He eliminado algunos poemas que se han ido publicando en separatas: revistas, libros y blogs, pero he ido incluyendo otros que tenían que ver con mi duelo, con Dios y con su ausencia, por lo que sigo llamándolo “De Dios y de su falta”. En tres años no solo se fue Ángel, perdí también a mi hijo mayor, Fernando, y a Victoria, mi madre. Quedé huérfana y no sé qué otro triste estado sin nombre. Desde entonces no he dejado de añadir palabras a mi vacío, de manifestarme de muchas maneras, dibujando, pintando, escribiendo... No he parado de encauzar este tiempo extraño y detenido, que su a vez ha pasado tan rápido y que hoy, con setenta y un años, tengo la sensación de que sigue estando en el mismo lugar, oh valle de lágrimas, ya con mis ojos secos y a un paso del olvido.
Buscando cobijo en los recuerdos, encontré consuelo en El Garitón, la casa familiar donde cuido las rosas de mi madre, los pies de moscatel de Alejandría de mi padre y el limonero lunar que sembraron mis hijos. Aquí recojo los frutos con Daniel, mi nieto. La Naturaleza me enseña sin palabras tantas cosas: el dulce retorno del almendro, la humildad de la violeta, la salvaje floración de la madreselva, la efímera belleza de la amarilis, la fuerza incontenible de la yedra, la sutilidad del chilindro, la delicadeza de la flor del membrillo... De creer en Dios lo haría aquí, por la infinidad de maravillas que suceden en este jardín abierto, donde lucen cada madrugada los ojos tranquilos de Missi, mi gata, y la lámpara dorada de mi escritorio.
Si con alguno de estos poemas logro transmitir mis sentimientos al lector, habré conseguido mucho más de lo que esperaba cuando los escribí. Si alguien que los lee dice de mí que soy poeta, el poeta está delante de mis versos.
Mariví Verdú
