A finales del XIX, y durante más de un siglo, la culminación de la carrera universitaria del profesorado era la obtención de una cátedra en la Universidad Central. Santiago Ramón y Cajal no tuvo una actitud diferente a la del resto de sus colegas de tantas disciplinas y en 1892 llegó a la capital de...
A finales del XIX, y durante más de un siglo, la culminación de la carrera universitaria del profesorado era la obtención de una cátedra en la Universidad Central. Santiago Ramón y Cajal no tuvo una actitud diferente a la del resto de sus colegas de tantas disciplinas y en 1892 llegó a la capital del reino para quedarse de por vida y muerte. Por no gastar tiempo en idas y venidas se domicilió próximo a la Facultad de Medicina y la calle de Atocha fue su lugar de urbana referencia. En Madrid recibió sin tardar la concesión de los premios de investigación más importantes en lo suyo: el Premio Moscú (1900), la Medalla Von Helmholtz (1905) y el Premio Nobel de Medicina o Fisiología (1906), con lo cual su figura se mitificó en un país de escaso relumbrón investigador. No por ello dejó de acudir rigurosamente a los puestos de trabajo que se mencionan en este libro o a las academias, como tampoco al Ateneo y, sobre todo, a las tertulias de los cafés, que en aquellos años eran foros de opinión y debate de cierto nivel. Vivió al cabo de la calle mientras sus fuerzas le permitieron pasear la villa y corte, construyó una casa en las afueras que hoy son centro, como el barrio de Cuatro Caminos, desde donde contemplaba el paisaje envolvente de una ciudad a su medida, y con la gloria del Nobel se domicilió en un palacete frente al Retiro que mandó construir ajustándolo a sus ideas de convivencia familiar. De allí salió el cortejo fúnebre que lo acompañó hasta el cementerio de la Almudena donde sus restos, junto a los previos de su esposa, reposan por los siglos. Este libro da testimonio detallado de los itinerarios público e íntimo de Cajal en la capital de España. Lo laboral y lo mundano de una biografía atractiva como pocas otras en la Ciencia española llegan a unificarse con naturalidad, de manera que uno podría encontrarse a la vuelta de la esquina con el sabio español como lo haría con un recurrente vecino que va y viene como el poeta, de su corazón a sus asuntos. Falta, no obstante, y ojalá este libro ayude a ello, la señalización municipal de aquellos puntos del recorrido cajaliano que conforman el recorrido que tantos estudiosos de la obra de uno de los mayores científicos de la historia vienen buscando devotamente a Madrid. Es de justicia que así sea y la villa que eligió el flamante investigador como destino vital debería saldar esta carencia hasta ahora inexplicable.
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