Ana Arzoumanian da cuenta de un lenguaje intoxicado donde la lengua es un campo de batalla. Representa el sometimiento y el rapto como instrumentos de domesticación. Un clima de violencia paraliza la rutina del deportado, sacude la desapropiación de un cuerpo que no habla.La autora dispone el dispos...
Ana Arzoumanian da cuenta de un lenguaje intoxicado donde la lengua es un campo de batalla. Representa el sometimiento y el rapto como instrumentos de domesticación. Un clima de violencia paraliza la rutina del deportado, sacude la desapropiación de un cuerpo que no habla.
La autora dispone el dispositivo fotográfico como entierro, como institución. Dispara imágenes y, en ese modo de apuntar, siente la fuerza del tiro hacia la mano, hacia atrás. La escritura, medio de prueba del crimen, se convierte en una especie de consolación.
La novela desgastará al sobreviviente del genocidio en un incesante encierro de la sintaxis. Desde lo que muestra la fotografía hasta las escenas del desenfreno erótico, de lo que se trata es de hacer visible lo invisible, rasgo propio del campo de concentración.
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