De insectos y larvas, de José Antonio García Priego, es una edición especial de la colección «Las puertas de lo posible». Con el número 44, y con ilustraciones de Toño Benavides, cuenta con dos portadas, dos prólogos y dos inicios posibles de lectura. Un libro dividido en dos partes y marcado por la voluntad de abrir caminos narrativos propios, desde una mirada impregnada acertadamente de lo insólito y de lo fantástico, con el uso apropiado del lenguaje y una conciencia permanente de las palabras como elementos capaces de una fuerza que va más allá de lo puramente descriptivo.
Doce capítulos conforman Insectos. El autor permite expresamente, de entrada, cualquier orden de lectura para acceder a la interesante avalancha de sensaciones y sentimientos que se recogen en esta ficción, que muestra que los buenos relatos insólitos o fantásticos pueden tener notable consistencia, como piezas que afectan profundamente a nuestra identidad. He aquí una novela peculiar, en la que la huella experimentalista está vigente con intensidad. En el caso de la novela que nos ocupa, escrita con gran destreza, marca su sentido profundo la realidad cotidiana, aparentemente ordinaria, en la que se mueven los personajes, que sin embargo tiene para ellos misteriosas características. El escenario no tiene nada de raro, pero puede verse invadido por innumerables insectos, aunque a menudo los sobresaltos de los personajes lo matizan y modifican. Hay que considerar que el lenguaje es determinante, de forma que incluso podemos llegar a pensar que no estamos asistiendo a unas supuestas invasiones imaginarias de insectos, sino a formas expresivas que se ocultan bajo ello, que pueden resultar invisibles pero palpitantes metáforas.
Doce capítulos conforman Larvas. El autor permite expresamente, de entrada, cualquier orden de lectura para acceder a lo raro de la vida que se va presentando en esta ficción, que brinda una atmósfera misteriosa y desasosegante, una realidad cargada de extraños caracteres, con escenarios en los que pueden encontrar, de repente, gusanos de todos los tamaños, vivos o muertos, blancos o negros… Como en el caso de Insectos, la forma de expresión literaria es acertada e interesante, aunque las palabras —y en este caso también unos supuestos dibujos— tienen importancia más allá de su uso como elementos conformadores del discurso narrativo. He aquí una novela peculiar. Yo, que en los años de mi primera juventud viví intensamente la presencia del experimentalismo, con profunda empatía hacia autores como Julio Cortázar, Gonzalo Torrente Ballester o James Joyce —sin olvidar la nivola Niebla de Miguel de Unamuno, que permanece en los sustratos de mis estímulos creativos— he leído esta novela con verdadero placer, recuperando muchos aspectos sentimentales de aquellas lecturas.
José María Merino
