Antaño, cuando la población agrícola era numerosa, gran parte del trabajo dependía de un par de mulas o de bueyes. La yunta salía al campo con el mulero o bueyero a dar huebras, de tal forma que, si un animal enfermaba, aquel día no se podía trabajar, con lo que ello suponía para una economía agraria tan precaria.
También vienen a la memoria los momentos de ocio y las bellas estampas de la competición de la “halada”, donde la yunta de bueyes tiraba de la “corsa” en la prueba de arrastre.
La yunta, el cerdo, la cabra, las gallinas y el huerto eran, en gran parte, la base de la subsistencia familiar, complementada con aceite, vino, arroz y legumbres, que formaban el avituallamiento esencial del hogar.
En el campo había mucho trabajo y sudor, hasta madurar y recoger el fruto. Aquel esfuerzo del hombre, hoy liberado de la yunta y de los aperos rudimentarios, se ha hecho poesía:
Se han forjado las herraduras con martillo y yunque;
arado el rastrojo, besana a besana;
sembrado el barbecho, puñado a puñado;
segado la mies con la hoz en una mano y, en la otra, la zoqueta.
El yuntero, tarareando en soliloquio, ha hecho versos que hoy rielan en poesía.