«Sostenía Octavio Paz que el erotismo es una poética corporal del mismo modo que la poesía es una erótica verbal, pues ambos, erotismo y poesía, comparten el motor de la imaginación que transfigura a la sexualidad en ceremonia y al lenguaje en metáfora. La poesía alumbra nuevas realidades y el erotismo transciende la mera sexualidad y su función reproductiva. La poesía, toda, erotiza al lenguaje.
Jade helado tigre blanco, desde su propio título, es rotundamente erótico porque hace de la carne fricción, goce, conocimiento y trascendencia. En estos poemas, el deseo ni se describe ni se narra: se ejecuta, se performa, se encarna y se padece. Es atmósfera y fotograma de Wong Kar-wai: un tiempo emocional roto y no lineal; lo sensorial como argumento y estética; la omnipresencia del deseo no como clímax, sino como hábitat; un universo cerrado y onírico de símbolos repetidos (jade, lluvia, flores, sauces…); y un diálogo con un “tú” instalado en la cercana lejanía de la habitación de al lado.
En este poemario, el diálogo directo e indirecto con textos clásicos y contemporáneos de la lírica china responde a la voluntad de plasmar una interculturalidad atravesada por un conflicto doloroso, por una complementaria confrontación de yin y yang: no solo en la experiencia del deseo, sino también en los estilos comunicativos profundamente divergentes entre Oriente y Occidente.
Jade helado tigre blanco forma parte de una trilogía que responde a la tan occidental tríada de origen bíblico pasión-muerte-resurrección que, trasladada a la sensibilidad y cosmovisión chinas que formal y conceptualmente traspasan estos poemarios, es samsara (nacimiento, vida, muerte, reencarnación), pero responde también a un símil geológico: volcán, lava, y humeante suelo volcánico. Jade helado tigre blanco es la erupción.»
Del epílogo de Ana M. González