La poesía fue para Rosendo una pasión, una pulsión, una forma vital y creativa de compromiso y una búsqueda de contenido, imaginación y musicalidad… Sabía bien lo que andaba buscando: belleza, en primer lugar, una cosmogonía propia, un jardín habitado de rumores y sonidos, palabra en el tiempo y un inviolable deseo de trascendencia… Nunca renunció a una percepción de lo sublime: era siempre un escritor con conciencia que viajaba, verso a verso, poema a poema, hacia un estadio de plenitud y de refinamiento extremado.
Son muchos sus textos medidos, rítmicos, solares, porque conocía el oficio, la forma pura y precisa, ya sea en endecasílabo o en alejandrino, pero quizá uno de esos poemarios más rotundos, inspirados, sugerentes, de los más perfectos y envolventes, sea ‘Más allá de la fábula’, y aquí fábula es un término polisémico, no vinculado exactamente a los animales, sino a la invención, a esa exploración de motivos -la memoria, la música, el paisaje, la evocación, el amor, lo invisible presentido– que transita hacia un espacio que es atmósfera, tensión lírica, misterio y, ante todo, un lugar donde todo es posible, donde la voz de poeta se llena de ecos, de armonía, de verdad y de los temblores de lo intangible. Y de simbolismo.
