Un niño enfermo juega a solas con una gota fascinante, de plata líquida, la divide y recompone, recorre con ella varias superficies, toma su forma, la manipula sin miedo. Le arde la frente, sobre la escena sobrevuelan «pájaros del frío». Con las manos desnudas, en el fragor de los termómetros, José Luis Gómez Toré toma en este libro el mercurio letal de los infantes, y nos sitúa en el juego de la fiebre, de la febrícula, a un paso siempre de la iluminación o el envenenamiento, de la definitiva transformación.
En este poemario, los espejos de azogue nos devuelven sin nostalgia un pasado individual y colectivo, donde se suceden las imágenes, algunas terribles, que no podemos dejar de mirar: el arroyo ensangrentado de Wounded Knee, que refleja todavía la masacre, o el ojo candente, de animal sacrificado, para siempre abierto, de Rosa Luxemburgo, «rosa de los nadies».
Mercurio nuestro, guía y mensajero, siempre en velocidad y movimiento, erguido sobre el bastón de las serpientes, solar y lunar, frío que arde. Canciones de mercurio envenenando los mares, estómagos que se tragan los peces engullidos por la fiebre inversa: «el frío lee los posos de la luz». Un roto medidor que vertió su dulzura y su veneno: «miel negra» que nos llena los ojos de asombro y de terror, que nos detiene, lampenfieber, mercurio entrevisto que nos invita todavía a sus bodas de azufre y sal, la tría prima de los alquimistas, a jugar a las metamorfosis con la plata de su noche coagulada y sin remedio.
Esther Ramón