Nuestro objetivo aquí es recuperar un fragmento de historia, esquirlas de una tragedia eclipsada por un olvido interesado y por la terrorífica magnitud de la represión posterior a la Guerra Civil española (1936-1939).Acabada la contienda, las autoridades franquistas instalaron una colonia penitencia...
Nuestro objetivo aquí es recuperar un fragmento de historia, esquirlas de una tragedia eclipsada por un olvido interesado y por la terrorífica magnitud de la represión posterior a la Guerra Civil española (1936-1939).
Acabada la contienda, las autoridades franquistas instalaron una colonia penitenciaria en Formentera. Una cárcel, en una isla, en un Estado que era tanto isla como cárcel. Un lugar donde confinar presos políticos de orígenes muy diversos: extremeños, murcianos, mallorquines… que terminarían conviviendo hacinados, hambrientos, en un espacio del que hoy apenas quedan unos pocos muros y una memoria deshilachada.
Fue una de las más crueles instalaciones de reclusión de la posguerra. Empezó a recibir prisioneros en 1940 y en su momento de mayor actividad llegó a albergar unos 1.500 presos, de las Baleares y también de la Península, especialmente de la región de Extremadura. Más de 2.000 presos pasaron por sus barracones. Las condiciones de vida estaban marcadas por la penuria, la desprotección y el brutal comportamiento de la dirección del penal. 58 reclusos murieron en esta cárcel, según la documentación existente.
El penal fue desmanteladas en 1943, cuando el régimen surgido del golpe de Estado de 1936 percibió que sus aliados en la II Guerra Mundial podían ser derrotados en la contienda.
A pesar de constituir un episodio casi desaparecido dentro del contexto general de la posguerra en España, varios testimonios sobrevivieron, ya sea en forma de documentos escritos o de memoria oral recopilada durante la segunda mitad del siglo XX.
Afloran ahí notas de crueldad, pero también de humanidad; breves apuntes de supervivencia cotidiana; ilusiones de huida y recuerdos de un pasado que llegó a ser esperanzador; interacción entre reos de diferentes procedencias y entre reclusos y guardianes; convivencia con la población autóctona de una isla empobrecida que a su vez era una prisión más grande, igualmente limitante y con un incierto porvenir.
Con esos materiales, meticulosamente trabajados por Antoni Ferrer, Vicent Ferrer y Carles Torres prepararon un guion dramático con relatos interconectados que nos permiten reflejar la cotidianeidad del penal. Sobre ellos, Víctor Escandell operó su magia para volver visible cada historia, imprimiéndole una composición gráfica dura, de negros rasgados que conviven con una bicromía que a menudo aprieta nuestra garganta.
La obra cuenta con un apartado documental final de más de una veintena de páginas que permiten profundizar tanto en el proceso creativo de esta obra como en la historia y contexto del penal.
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