Un joven madrileño aficionado a la lectura, a la escritura, a la fotografía y al cine crece en un ambiente familiar con escasos recursos económicos y lucha por abrirse su espacio en un contexto —a mitad del siglo XX— imbuido de catolicismo puritano, cuando España iniciaba su recuperación económica. Son los tiempos de oír a Gila, de leer el Arriba, el Informaciones, el Pueblo y Ya, de tener poco dinero, de los primeros trabajos, de hablar y flirtear con chicas, de pasear por el tontóndromo, de los que hacían negocios alquilando tocadiscos, de sacar fotos en blanco y negro, de soñar con tener una máquina de escribir, de ir a misa y rezar el rosario, de recibir cartas con sellos que coleccionabas, de viajar en trenes de máquinas de vapor. Y, tras la sombra de un porvenir incierto, mientras los jóvenes llenan su vida de estudios, trabajos inciertos, servicio militar, ocio, música, baile y diversión, el protagonista de la novela se afana por encontrar un trabajo que le guste, estable y bien pagado. Ricardo Gutiérrez Ballarín pinta un fresco de la sociedad española a la altura de mitad del siglo pasado, cuando los adolescentes, fuera cual fuera su situación socio-económica, sus creencias religiosas o nivel de estudios, buscaban un futuro estable y solo tenían un tesoro inestimable: su juventud.
