Nosotros, simples mortales, incompletos por naturaleza, buscamos la felicidad eterna y, cual funambulistas, el equilibrio perpetuo; pero no reparamos en algo tan obvio como el hecho de observarnos, y, además, de hacerlo sin juzgarnos, sin justificarnos, sin autoengañarnos o sin culpabilizarnos. Ha de existir una necesaria y urgente evolución y transformación in-trínseca para pasar de la oscuridad a la luz, de la incertidumbre a la certidumbre, de la ignorancia básica de la mente a la de la sabiduría. En definitiva: ir completando nuestros vacíos existenciales, esos que a veces se manifiestan en forma de colores que no buscamos. Pero por creencias adquiridas y limitantes, existen comportamientos, hábitos o reacciones que no queremos ver y jugamos al escondite con nosotros mismos. En nuestro día a día, al igual que en la cromática, existe armonía, calma, precisión, brillo…, como también aberración, desacierto, desvío o imperfección… Y quienes decidan subirse a esta gama de sentimientos y emociones dispersos, quizás no encuentren lo que buscan, pero sí lo que necesitan.