No sé muy bien quién va a hablar de Desolatia y de mí a continuación porque a menudo no sé quién me está contando a mí las cosas: a veces soy yo mismo, pero, otras, es otro, o incluso todo el mundo. Esto nos pasa a todos y por eso en Desolatia hay varios narradores que a veces se suplantan y a veces mienten. Escriben sobre drogas, muertes, tráfico de armas, quizá violaciones; cosas que pasan entre varios amigos y su seudopadre, Anselm, el violento alemán responsable de esas muertes y esos negocios. Hay padres que, como Saturno, devoran a sus hijos. La historia transcurre en Salamanca, desde finales de los 70 hasta algún presente próximo, como 2026.
"Desolatia" es el nombre de dos bares sucesivos propiedad de Anselm y no significa lo que a primera vista parecería.
Yo nací en Tarragona y tengo la impresión de que han pasado sólo unos pocos años. Pero sé que no es verdad: he vivido además en Barbastro, Toledo, Salamanca y, desde hace bastantes años ya, en Peñaranda de Bracamonte, adonde me fui a ver si por fin conseguía escribir Desolatia y más novelas. He tenido que ir desprendiéndome, pues, de amigos, de primeros amores, de casas, de calles, de bares… El sentimiento de pérdida tiene un papel importante en Desolatia. Que hayan pasado tantos años me sorprende. En Desolatia, como en mi vida y supongo que en la de muchos, hay viajes reales en el tiempo, hacia el pasado y hacia el futuro.
El lector verá poco a poco que esta Salamanca no está del todo en la Tierra tal como la conocemos. Los gorriones están locos, los perros no tienen cuatro patas, los coches no llevan ruedas, el suelo es inestable y se rompe, hay algún fantasma… También una nueva religión, el neoanimismo, que defiende que los robots tienen alma.
Abundan las mise en abyme (un libro dentro de un libro dentro de un libro…) y una nueva clase de coincidencias, de azar. Creo, en fin, que el amor y el sexo, juntos o por separado, pueden conducir a la felicidad y luego a la perdición, como ocurre en Desolatia.
