La noche está llegando a su fin y despuntan las primeras luces del amanecer, cuando las mujeres se ponen en camino hacia la tumba de Jesús. Al llegar hasta ese lugar y viendo la tumba vacía, invierten la ruta, cambian de camino. Abandonan el sepulcro y corren a anunciar a los discípulos: Jesús ha resucitado y les espera en Galilea. En la vida de estas mujeres se produjo la Pascua, que significa paso. Ellas, en efecto, pasan del triste camino del sepulcro a la alegre carrera hacia los discípulos, para decirles que el Señor ha resucitado y que se dirijan a Galilea. La cita con el Resucitado es allí donde todo empezó. Las mujeres, dice el Evangelio, fueron a visitar el sepulcro, Mt 28,1. Piensan que el cuerpo mortal de Jesús se encuentra en el lugar donde lo depositaron y que todo ha terminado. Sólo queda llorar. Cuántas veces también nosotros pensamos que la alegría del encuentro con Jesús pertenece al pasado, mientras que en el presente vemos sobre todo tumbas selladas: nuestras desilusiones, nuestras amarguras, nuestra desconfianza, el no hay no hay nada más que hacer, las cosas ya no cambiarán nunca, mejor vivir al día porque no hay certeza del mañana. También nosotros, cuando hemos sido atenazados por el dolor, oprimidos por la tristeza, humillados por el pecado, cuando hemos sentido la amargura de algún fracaso o el agobio por alguna preocupación, hemos experimentado el sabor acerbo del cansancio y hemos visto apagarse la alegría en el corazón. Las mujeres en Pascua llevan la noticia que cambiará para siempre la vida y la historia: ¡Cristo ha resucitado! Y, al mismo tiempo, custodian y transmiten la recomendación del Señor, su invitación a los discípulos: que vayan a Galilea, porque allí lo verán. Pero, hermanos y hermanas, nos preguntamos hoy: ¿qué significa ir a Galilea? Por una parte, salir del encierro del cenáculo para ir a la Región habitada por las gentes, Mt 4,15, escapar del miedo para caminar hacia el futuro. Y por otra parte —y esto es muy bonito— significa volver a los orígenes, porque precisamente en Galilea había comenzado todo. Allí el Señor encontró y llamó por primera vez a los discípulos. Por tanto, ir a Galilea significa volver al encuentro primero con el Señor. Significa recuperar la memoria que regenera la esperanza, que es memoria del futuro con la que hemos sido marcados por el Resucitado. Él se convirtió, también para ti, en la persona más importante de tu vida. No es un Dios lejano, sino el Dios cercano, que te conoce mejor que nadie y te ama más que nadie. Hermano, hermana, haz memoria de Galilea, la Galilea de Jesús. Papa Francisco