San Miguel de los Reyes se puede describir como un edificio tan recosido como lo es su biografía, esa que durante siglos han tejido sus habitantes con sus ansias, desde las de agradar a Dios hasta las de castigar para siempre al enemigo. La clave de este espacio se encuentra en una sustancia formada por vivencias ya evaporadas y por tesoros -libros, pinturas, cantorales, etc.- sustraídos o desamortizados, de manera que la caja de maravillas de este lugar se ha expandido y, a la vez, extrañamente, ha permanecido en su interior como un juego de huecos y presencias. Otra clave, decisiva o inevitable, es la transformación de este monasterio en cárcel, primero de mujeres, luego de presos comunes y, finalmente, de presos políticos, que tuvieron muy distintos destinos. Toda esa realidad es inconmensurable, lo que hemos abordado como un relato del edificio, para cuya elaboración se ha consultado a historiadores, se han fotografiado fragmentos elocuentes, se han reproducido documentos y, sobre todo, se ha caminado una y otra vez por las capas de sus edades, contemplando paredes vacías que sabíamos que habían estado vestidas. Y también, cuando se ha juzgado necesario, nos hemos apropiado de los recursos e imágenes de Vicent Andrés Estellés, Cervantes, Vladimír Holan o Carmen Amaya, y de tantos otros, para construir una idea del lugar, dado su abigarramiento, desde la alquería musulmana hasta la inmensa biblioteca, sin olvidar los niños del colegio, los monjes callados, los duques, las galeras de mujeres presas, los mendigos y los miles de encarcelados durante el siglo XX. Todo entre sus muros. Todo, en suma, piedras madre y memorias heridas.
