Si recordar es volver a vivir, en este poemario, de Ángela Reyes, se cumple la sentencia. Regreso a ti es un largo monólogo entre la autora y el amado ausente con el propósito de revivir el tiempo pasado.
Con verso desencantado, la autora fija su diálogo en la pérdida de pequeños y sencillos instantes, esos detalles cotidianos que formaron parte de su día a día. Y serán estos momentos los que más lamentará haber perdido: …tú sigues siendo para mí lo íntimo y pequeño, como el encaje de mi enagua, la hebilla de latón que abrocha mi zapato. Tú eres la olorosa y pequeña pastilla de jabón que recorre mi cuerpo.
La patria del poeta es el ayer, y a pesar de que es bien sabido que en esta aventura de desandar el camino, a nadie hallaremos ni nada se parecerá a cómo lo vivimos, Ángela Reyes escribe para ser testigo de las cenizas que el tiempo abandonó a su paso.
Yo creo en la resurrección del alma,
también la de tus ojos, la de tu boca y mucho
más la de tus pies, que hacia mí te traían.
Necesito recuperar aquel roce caliente
de tus manos, midiendo mi cintura. Quiero tener,
como lo tuve ayer, el eco de tu corazón
dentro del mío. Yo creo en la resurrección
del cuerpo, sobre todo del tuyo,
cuando fosforecía por la cama,
como el relámpago que en plena noche
atraviesa los campos de maizales.
Qué sería de mí si nunca más tuviera
esa gota de agua bajando por tu espalda;
gota tibia corriendo entre los arriates de tu vientre;
gota tan niña que no sabe cuándo
ha de tornarse en río. Qué sería de mí
si nunca más tuviera la leve gota de agua
del lavatorio de tu cuerpo.
Yo creo en la resurrección del hombre
que sufrió sin llorar los últimos momentos de su vida.
Con ellos caminaba a través de la bruma de la alcoba,
atravesaba noches de verano, calladamente,
sabiendo que partía hacia ese Puerto
que nadie sabe dónde está, ni qué lluvias lo habitan.
Yo creo en tu resurrección, por ello iré a buscarte
al norte, donde danza la aurora. O bajaré hasta el sur
bañado de marismas.
O tal vez deba ir al centro, donde naciste tú.
Al centro donde estaba aquella calle larga,
tendida bajo enero; calle que se iba haciendo
amiga nuestra conforme caminábamos.
Iré hasta el centro de esa calle
para encontrarte silencioso y tibio
como la luz del alba en el acebo.