No son pocos los [músicos] que confían la redacción de sus memorias a un escriba con el fin de relatar cuanto pervive en los recuerdos del artista. Pues bien, no es este el caso de este testigo de excepción —de casta le viene al galgo— de cuanto cocíase, entre dos aguas —y entre dos islas (Mallorca e Inglaterra) o, como afirma el propio autor, «con un pie en cada una»—, en la escena musical de la España tardofranquista —y la de las décadas que siguieron—, amén de arte y parte de una joven democracia que preparaba su despegue.
Remembranzas que agrandan su significado con el paso del tiempo, y es que Afinando al alba fue escrita en los albores de este milenio por este inefable impresor, músico, corresponsal, fotógrafo, gastronauta, ensayista y etnógrafo, con el fin de informar —y alertar— al lector británico sobre los misterios de la idiosincrasia española y otras particularidades de la cultura insular, a través de la música popular. Son estos recuerdos trufados de andanzas con bohemios, beatniks, hippies, joteros, rumberos, músicos de hotel y mercenarios de orquestas verbeneras, pioneros del progrock y trovadores de la nova cançó, cantautores, guitar heroes, poetas nómadas y revolucionarios de ultramar; mas también con los ilustres visitantes del padre del autor, el escritor y poeta Robert Graves, como Kingsley y Martin Amis, Jorge Luis Borges, Alan Lomax, Ava Gardner y de visitas a otros alumbrados grafómanos como Paul Bowles en su guarida magrebí.
Del deseo por rememorar lo vivido —y lo bailado— en el «Camelot bohemio de Deià», junto a luminarias como Gilli Smyth, Robert Wyatt, Daevid Allen, Kevin Ayers o Mike Oldfield, pero también con glosadors lugareños y otros ilustres paisanos de la ínsula como Toni Morlà o Joan Bibiloni, e hispanos de tierra firme como Kiko Veneno o Juan Perro, brota esta noticia de la isla que trae también causa del afán por compartir a las nuevas generaciones cómo nos veía un anglomallorquín [en la corte del rey Borbón] a este hatajo de ruidosos españolitos —a pie de calle, en fiestas patronales, festivales reivindicativos, bodas gitanas… y en otras muchas plazas—; y es que no es este país para sordos.