Escribo cartas en papel de avión. Son para mi sobrino segundo. Le escribo cartas aunque esté muerto y las guardo en una caja de lata. Debajo están los botones de madre y encima mis cuadernos infantiles y las cartas que le escribía al chico cuando todavía estaba vivo y...
Ya nadie escribe cartas, y sin embargo, mi vida es solamente eso, cartas. Cartas que de niño le escribía a Dios, Padre, con mayúscula, cartas que mi padre me escribió a mí, su hijo, y a su padre desaparecido... Algunas estuvieron escondidas durante años dentro de 35 guitarras que mi padre fabricó y vendió en España y Latinoamérica, otras esperaban perdidas en los archivos de un manicomio de la posguerra. Cartas.
Ya nadie escribe cartas.
Todas están ahora dentro de la caja. He decidido abrirla y hacer con ellas una exposición, como si cada carta fuese un cuadro. Un artifi- cio para explicar padre, loco, monstruo, muerta, madre, hijo, infierno, Dios ... Palabras. Todo está en esas cartas, entrelazado con las secuelas de la pobreza y la guerra, con la difícil relación de un niño sin madre con un padre roto, con la infancia que se quiebra sucesivamente y el abandono como orfandad, con la paternidad de fuera del cuerpo y lo que queda de ella después de la muerte... y el lector tendrá que componer la historia, porque son ellas, las cartas, lo único que queda.