Casi un milenio después de su muerte, la figura de Santa Hildegarda de Binguen (1098-1179) está cobrando actualidad en los últimos años: en 2009 se rodó una superproducción sobre su vida (Visión) de notable éxito, y en octubre de 2012 el Papa Benedicto XVI la ha proclamado Doctora de la Iglesia. Ing...
Casi un milenio después de su muerte, la figura de Santa Hildegarda de Binguen (1098-1179) está cobrando actualidad en los últimos años: en 2009 se rodó una superproducción sobre su vida (Visión) de notable éxito, y en octubre de 2012 el Papa Benedicto XVI la ha proclamado Doctora de la Iglesia. Ingresó muy joven en un convento benedictino, del que acabó siendo abadesa, e impulsó la fundación de nuevos monasterios. Mantuvo relación epistolar con las principales figuras eclesiásticas y civiles de la época. A pesar de no haber recibido instrucción, su producción escrita es inabarcable: fue poetisa y dramaturga, científica y mística, gestora y reformadora. Una de sus obras más extraordinarias es la Physica, cuyo Libro Cuarto revolucionó la medicina del momento al transmitir una sabiduría sobre las virtudes curativas y profilácticas de una veintena larga de piedras preciosas o semipreciosas, muchas de ellas accesibles y nada onerosas. Desde la esmeralda, el zafiro o el diamante hasta el jaspe, la amatista o el ónice, pasando por la magnetita, el ágata o el alabastro, este elenco de una veintena larga de minerales es de aplicación en dolores musculares u orgánicos, problemas de la vista o de la piel e incluso efectos sobre alteraciones psicológicas y estados de ánimo. El libro de las piedras que curan es la primera edición completa de esta obra en español, preparada y traducida por el experto hildegardiano José María Sánchez de Toca (disponible para entrevistas). Santa Hildegarda de Binguen sólo transmitió lo que «la Luz Viva del Espíritu Santo» le dictaba, ofreciendo remedios sencillos a personas con dificultades de salud. Con los años, sus remedios curativos fueron bautizados por el pueblo como «la medicina de Dios» y, ya en pleno siglo XX, científicos y médicos alemanes descubrieron con sorpresa la magnitud de sus conocimientos. Un conocimiento que, para muchos, «viene del cielo».
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