Antes de las estrellas, las cámaras y las listas, había otras manos. Manos que no medían ni pesaban, pero sabían. Manos que cocinaban por instinto, por amor, por necesidad y por costumbre. Manos de mujer. Manos de madre. Ellas cocinaban mucho antes que sus hijos soñaran con ser cocineros. Antes de que existieran cartas, menús degustación o técnicas de vanguardia. Ellas ya cocinaban. Cocinaban para alimentar, para cuidar, para reunir. Para convertir lo poco en mucho. Para que la mesa fuera siempre un lugar al que volver.
Este número de Apicius es un homenaje. A las que estaban antes. A las que pusieron los cimientos sin saberlo. A las que cocinaban sin firmar platos, pero firmaban destinos. Joan Roca, Paco Morales, Nacho Manzano, Iván Cerdeño y Luis Lera son, hoy, referentes de la cocina española. Pero antes de ser grandes cocineros, fueron hijos atentos. Fueron niños con olor a sofrito y pan con chocolate. Fueron aprendices silenciosos de unas maestras sin escuela. Fueron testigos de un saber transmitido entre cucharas de madera, con la voz baja y el alma encendida. De sus madres aprendieron a mirar, a respetar el producto, a entender la paciencia, a cocinar como quien cuida. A dar sin pedir nada a cambio. Y también —aunque no lo supieran entonces— a emocionar. Hoy, su cocina tiene técnica, reconocimiento y discurso. Pero cuando rascamos el fondo, cuando llegamos a lo esencial, lo que encontramos sigue siendo ese legado: una forma de amar a través del fuego. Hablar de relevo no es solo hablar de generaciones. Es hablar de gratitud, de memoria, de identidad y de reconocer que el futuro se cocina con lo heredado.
Porque ellas no salieron en portadas (hasta hoy), pero están en cada plato. Porque no escribieron recetas, pero las dejaron tatuadas en la memoria. Porque no tuvieron estrella, pero fueron guía. Este número de Apicius es para ellas. Para todas las madres que dieron vida y oficio. Para las que cocinaron antes de que cocinar fuera arte. Para las que siguen enseñando, sin saberlo, a través de sus hijos.